Hay más de veinte grados ya aquí...

Volker no aparece. No me canso de preguntar a todo el mundo, a toda la gente que lo conoce. Parece que esté escondido y no quiera salir de su cueva. Y pregunto, y pregunto, y otro día, y otro día...
Todavía recuerdo la última vez que le vi. El último rato que compartimos. El lugar no era muy diferente de lo que los dos podríamos haber llamado una mierda de garito, un infierno, un agujero. Un pasillo de humo y rojo, con matices de negro a medida que avanzabas hacia sus esquinas. Esquinas que seguramente podrían haber estado pobladas de arañas de dimensiones extraterrestres y nosotros no darnos ni cuenta. Sólo de pensarlo comienzas a sentir el picor en tu cabeza. Sientes como la recorren desde el cuello hasta la frente.
Arañas en la cabeza. ¡¡¡Joder!!!
Estoy completamente seguro de que también podríamos habernos cruzado con escorpiones o serpientes por el suelo y tampoco habernos dado cuenta. Criaturas llenas de veneno que no se paran a pensar si te van a meter lo mejor que llevan dentro o no. Lo mejor se lo guardan para las presas fáciles, no para gente como nosotros, que no vamos a eso. Siempre has de tener claro lo que hacer en estos sitios. Si dudas estas perdido. No hay antídoto contra la duda.
Necesito fumar algo... La doble calada... Otra vez...
Ahora es el silencio lo que me está matando. El silencio y el recuerdo de aquella noche. El recuerdo de monstruos vivos en la tierra. Salidos y venidos de los rincones peor tratados por lo que cada día nos toca vivir. Monstruos que eligieron ese camino. Que prefieren la vida en rojo y negro, y humo y ruido de sierras a ver la luz del sol. A comer verduras cocidas en una terraza con sombrillas en compañía de un perro un domingo por la mañana...
Seguiré buscando...
Que barbaridad... Hay más de veinte grados ya aqui...